
Milenario artilugio llamado en
unas zonas pingoste y en otras cigüeñal.
Con estos
nombres, según los lugares, se nombra al artilugio destinado a sacar agua de
los pozos para el riego u otros menesteres. También es conocido como cigoñal y
cigüeño.
Pingoste
bien podría derivar de la palabra pingar, que según la RAE, una de sus acepciones es “pender,
colgar”. Y efectivamente una de las partes de este artilugio es una lata (palo) larga que “pende” verticalmente sujetando el balde que se sumergirá en el pozo.
En cuanto a
los nombres cigüeñal, cigüeño y cigoñal, es evidente que vienen de su semejanza
con la figura de la cigüeña a la que imita no sólo en la forma sino también en
sus movimientos. La acción de sacar agua del pozo con el cigüeñal a un ritmo
continuado nos recuerda al deambular de la cigüeña alimentándose por el campo
en un continuo picotear el suelo balanceando su estilizado cuello y alargado
pico para capturar pequeños animalillos.
El pingoste
puede considerarse una herramienta ergonómica de primer orden. Por una parte la
persona que lo maneja mantiene la columna vertebral erguida en todo momento con
lo que ésta no sufre, y por otro el rendimiento es máximo, el cubo se sumerge y
se llena empujado con la lata de forma muy rápida, el contrapeso se encargará
de elevarlo, y se vaciará sin necesidad de tocar el balde con la mano. La
ventaja con respecto a sacar el agua con un balde y una cuerda es abismal,
tanto en el tema postural como en el rendimiento del trabajo.
Pozo de excelente factura con
un brocal de 50 cm por encima del nivel del suelo en el término de Callejacarranza.
El
diccionario de la RAE no recoge la palabra pingoste pero sí la palabra cigüeñal
que deriva a cigoñal y a la que en su primera acepción define como “pértiga apoyada sobre un pie de horquilla y
dispuesta de modo que, atando una vasija a un extremo y tirando de otro, puede
sacarse agua de pozos poco profundos”. Viene a ser como una palanca o una
balanza.
El origen
del pingoste se pierde en la noche de los tiempos. Cuando hace unos 8.000 años
el hombre comenzó a evolucionar de cazador recolector a agricultor y ganadero
se dio cuenta de lo importante que era el agua para aumentar y asegurar la
producción de alimentos en esta nueva forma de vida. Y para ello tuvo que
“domesticar” también el agua superficial
almacenándola, canalizándola, regulándola… Pero cuando las aguas superficiales
no eran suficientes tuvo que dar un paso más, excavar pozos para extraer el
agua subterránea de los acuíferos.
Tanto el
excavar pozos como la extracción del agua requerían un importante avance tecnológico. La
historia del hombre siempre ha sido buscar soluciones a los problemas que se
van planteando. El descubrimiento de la rueda (3.500 a. c.) en el Creciente
Fértil ( Mesopotamia, Siria, Egipto…) fue fundamental para este desarrollo. El
desarrollo agrícola en esta región se fue extendiendo de forma imparable por
Europa y Asia.
Mil años
después del descubrimiento de la rueda ya tenemos testimonios en pinturas y
grabados de Meosopotamia, Egipto y la India del uso generalizado del pingoste.
El
artilugio que nos ocupa “tiene una edad” que ronda los 4.500 años. A pesar de su edad
todavía he podido ver alguna reliquia en algunos pequeños pueblos de Ávila,
Salamanca, Zamora y las zonas colindantes de Portugal. También se pueden ver
pingostes en las interesantísimas y recientemente recuperadas salinas de Poza
de la Sal (Burgos). En las salinas, en lugar de utilizar un balde usan un
pellejo de cuero pues la salmuera corroe el metal.
Contrapeso de pingoste en el Museo.
Contrapeso de pingoste en el Museo.
Pues bien,
el pingoste tiene una interesante historia en Montejo de San Miguel y actualmente
lo tenemos representado en el Museo Agrícola Vivo, que es una parte de todo el
conjunto museístico.
La historia
de nuestra recuperación del pingoste comienza en torno a mil novecientos setenta
cuando decidimos limpiar uno de los dos
pozos que tenía la huerta que cultivaba nuestra familia.
Los dos pozos
tienen forma cilíndrica y sus paredes son de piedra de una excelente factura.
El brocal está a ras del suelo y dispone de una escalera de piedra que va
descendiendo para acceder mejor al agua cuando el nivel está bajo. Por su
capacidad y la rapidez de recuperación abastecían sobradamente las necesidades
de la huerta.
Para regar
sacábamos el agua del pozo con un potente motor de gasolina que nuestro tío
Jesús, afincado en Argentina y con mucha
visión de futuro, le había regalado a su padre, nuestro abuelo.
Para poder
limpiar el pozo instalamos en el brocal un trípode hecho con tres fuertes
cabrios a modo de grúa de cuyo vértice pendía una polea. Vaciamos el pozo con
el motor y a mí me tocó bajar al fondo y llenar los baldes con el fango.
Utilizando una soga y la polea se subían a la superficie. Como el pozo no se
había limpiado nunca, el fango tenía una profundidad de más de medio metro. Al
remover el fango salía un olor hediondo que nos puso a los más jóvenes al borde
de la sublevación, aunque fue firmemente reconducida por los adultos.
Cuando se
sacó la mayor parte de fango comenzaron a aparecer piedras, alguna pertenecía
al brocal, otras arrojadas por los chavales, porque ¿quién se resiste a no tirar
una piedra a un pozo para ver la profundidad o el placer de ver las ondas en el
agua? Claro, siempre que no haya adultos a la vista. Pero lo más interesante
fue sacar dos piedras redondas de unos 40 cm de diámetro con un agujero en el
centro. Nadie se explicaba su significado.
Pozo del que se
extrajeron las piedras de pingoste. En los años lluviosos llega a desbordarse.
La superficie está cubierta de lentejas de agua.
Ante este interrogante preguntamos a la gente mayor y a la que podíamos sospechar que supiera algo. Todo fue en vano. ¡Un misterio! A pesar de nuestra temprana edad ya teníamos cierta sensibilidad hacia estos temas y pusimos las piedras a buen recaudo en espera de poder descubrir el enigma.
Desde
finales de los 80, y por razones matrimoniales, vengo pasando algunas
temporadas en Altamiros (Ávila) y allí pude ver por primera vez un cigüeñal. Muy pocos eran los que sobrevivían
en los huertos. Jamás había visto este artilugio pero pronto até cabos y caí en
la cuenta de que las piedras que hacía años habíamos sacados del pozo cumplían
la misión de contrapesos de estos cigüeñales. ¡El misterio había quedado
resuelto!
Uno de los últimos
cigüeñales en Gallegos de Altamiros (Ávila)
Pasan los
años y en el 2005, dos años después de abrir el Museo Etnográfico inauguramos
el Museo de Maquinaria Agrícola y el Museo Agrícola Vivo. Para dejar constancia
de este sistema de riego decidimos cavar un pozo e instalar en él un pingoste
con las piedras originales que habíamos rescatado hacía años.
El pingoste instalado en el Museo Agrícola Vivo.
El pingoste instalado en el Museo Agrícola Vivo.
Dando
vueltas al tema de porqué se había abandonado el uso del pingoste tan
tempranamente que nadie recordaba su uso, llegamos a la conclusión de que se debía a la construcción del canal de
Hidroeléctrica Ibérica (Iberduero, Iberdrola) que coge la aguas del Ebro en la
presa de Cillaperlata para alimentar la central hidroeléctrica de Quintana
Martín Galíndez.
Canal de
Iberduero que abastece la central hidroeléctrica de Quintana Martín Galíndez.
Este canal
que divide en dos el término de Montejo comenzó a construirse en abril de 1902.
Terminadas las obras se inauguró la central de Quintana Martín Galíndez el 28 de febrero
de 1904. El objetivo de esta central era abastecer de energía eléctrica a la
industria de Bilbao a través de un tendido eléctrico de cerca 70 km.
¿Y qué
tiene que ver este proyecto de central hidroeléctrica pionero en Europa con la
desaparición del pingoste como sistema de riego en nuestro pueblo?
La
explicación es la siguiente, el canal, en gran parte de su recorrido, es una
trinchera excavada en tierra, pero en nuestro pueblo, con el fin de que el
canal no pierda altura, está más elevado que el nivel de los campos de cultivo.
Esto trae como consecuencia que sus márgenes, en especial el derecho, están
soportados por potentes taludes de tierra y piedra. Estos taludes al no ser del
todo impermeables tenían fugas de agua que podían ser utilizadas para regar las
fincas que lindan con el canal.
Aprovechando
esta coyuntura los propietarios que tenían fincas en los términos de El
Pradillo, Tresportillo y El Fresno fueron abandonando sus huertas con pozo y se
instalaron a orillas del canal ya que podían regar por gravedad sin tener que
sacar el agua de los pozos. A este hecho achacamos la desaparición del
pingoste.
Es de
destacar algunas obras que se realizaron como consecuencia de esta
disponibilidad de agua. El cura del pueblo, D. Fabián Herrán, construyó un
depósito de hormigón de 5.000 l. para acumular el agua de riego.
El colmenar estaba concebido para albergar 16 colmenas, perfectamente orientado al sur, teniendo a su espalda el norte y protegido del oeste por una pared y una plantación de romeros.
Depósito de hormigón de
D. Fabián, actualmente invadido por las zarzas. Al fondo el terraplén del
canal.
Como su finca no era plana, sino que en su parte central tenía un pequeño lomo, sólo podía regar la mitad de su terreno. Para solventar el problema mandó construir un pequeño túnel de unos 20 m de largo por el que pudiera pasar el agua salvando el lomo. De esta forma aumentó la superficie de regadío.
Para completar este "vergel" construyó una caseta colmenar con una técnica muy avanzada para la época.
Caseta colmenar de D. Fabián orientada al sur.
Vista del interior con los 16 habitáculos para las
colmenas.
A diferencia del cura D. Fabián, el resto de vecinos se limitaron a hacer balsas de tierra y piedras para almacenar el agua que se escapaba del canal. Estas obras se completaban con las correspondientes canalizaciones hasta sus huertas. Algunos vecinos que no tenían cultura de hortelanos también se animaron a hacer huerta. Fueron unos años de bonanza que en cierta manera cambiaron la mentalidad de estos labradores.
Pero, como dice el refrán, “en casa del pobre, dura poco la alegría”. A finales de los años 50, Iberduero decide ampliar e impermeabilizar todo el canal. Se construyó una nueva presa en Cillaperlata, se amplió la trinchera del canal y se recubrió entero de hormigón con lo que quedó totalmente sellado. Las obras terminaron en 1959. Las fugas de agua desaparecieron y con ellas las huertas que se habían instalado en sus proximidades.
Pero, como dice el refrán, “en casa del pobre, dura poco la alegría”. A finales de los años 50, Iberduero decide ampliar e impermeabilizar todo el canal. Se construyó una nueva presa en Cillaperlata, se amplió la trinchera del canal y se recubrió entero de hormigón con lo que quedó totalmente sellado. Las obras terminaron en 1959. Las fugas de agua desaparecieron y con ellas las huertas que se habían instalado en sus proximidades.
En el término de El
Fresno se encuentra esta caseta que estaba destinada al almacenamiento de
materiales para las obras del canal.
Puente con
cadenas a las que se puede agarrar si alguien cae al canal. Pasando de una
a otra se puede llegar a la escalerilla del lateral para poder salir.
Volviendo al pingoste del Museo. Pocos días
después de haberlo instalado se lo enseñé a mi amigo Ricardo, le llamó mucho la
atención y me dijo que en su pueblo,
Quintana Martín Galíndez, cuando las obras del canal, el tenía 7 u 8
años, y que recordaba que se asentaron varias familias portuguesas, y alquilaron unas tierras para
hacer huerta junto al arroyo Rociñana del que sacaban agua con un artilugio
idéntico al que habíamos instalado allí.
La
situación no deja de tener su gracia. El canal había causado la desaparición
del uso del pingoste y el mismo canal había provocado su regreso 45 años
después, aunque fuera un regreso puntual y limitado.
Esta historia
nos lleva a una reflexión. ¿Cómo influye la construcción de ciertas
infraestructuras en la vida de una comarca, de un pueblo…? Sería interesante hacer
un análisis pormenorizado de cuál ha sido el impacto en lo referente al
desarrollo económico, social, medioambiental, cultural… en la zona, pero lo dejaremos para mejor ocasión.
De momento
nos conformamos con haber constatado que el pingoste o cigüeñal, artilugio
milenario, fue usado en estas tierras hasta hace unos cien años. Seguiremos
buceando en los saberes y formas de vida de nuestros antepasados.
DICHOS Y REFRANES
“Mi gozo, en un pozo”
“Es un pozo sin fondo”
“Estar en el pozo”
“Me voy a tirar a un
pozo”
“El muerto al pozo, y
el vivo al gozo”
(“El muerto al hoyo, y
el vivo al bollo”)
Me ha encantado este relato. Muy interesante.
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